martes, 6 de abril de 2010

Prefacio

Vivimos en un mundo es gris. Ya no queda magia en el. Cada una de sus misteriosas maravillas ha ido desfilando por delante del altar crítico de la ciencia y han perdido buena parte de su color y fuerza. Vivimos en la era del escepticismo, que derroca mitos, supersticiones y se erige como un nuevo Dios de los hombres.
Pero no siempre el hombre ha morado en un mundo carente de portentos. Los imaginarios están llenos de ellos, llamándonos desde el eco de las arenas del tiempo, dragones infames, ninfas aduladoras, dioses caprichosos, ángeles déspotas, monstruos marinos, ciudades perdidas… cada cultura, religión o pueblo ha creado maravillas de la tradición a las que temían, veneraban, combatían e incluso intentaban negar. No hablamos de magia o imaginación, sino de la manera de cómo nuestros antepasados, los de cada hombre que pisa hoy la tierra, veían el mundo, creían que era y actuaban según ese escudo de ignorancia. Esta historia parte de la premisa de “veo porque creo”. Olvidemos brevemente la iluminación de la lógica para rememorar aquellos días antiguos en los que se forjaron las naciones modernas que más tarde se avergonzarían de su legado para rendir tributo al logos.
Al saber que la magia nos mira desde el boque encantado o el abismo tenebroso, todas y cada una de las fabulas del vulgo cobraba realismo y por tanto formaban parte de la vida de la gente de a pie. Esa era la única magia que quizás haya demostrado la Madre Ciencia. Existían caballeros que derrotaban dragones avariciosos, grandes capitanes corsarios que se adentraban en islas enigmáticas, la gente hablaba de dichos héroes en las tabernas y los tenían como ejemplo, el héroe derrotando a la magia. Sin embargo, también existían todas esas personas, hombres libres, esclavos, burgueses, artesanos y campesinos, que creían dichas historias porque ellos habían visto a esas criaturas o explorado esos lugares.
Esta es una historia de esos tiempos crueles y maravillosos. De picaresca desesperada y caballerosidad fiera. De espadas de fuego y amuletos sagrados. De dioses y diablos. Al fin y al cabo, ¿quién de nosotros no sueña con el retorno de aquellos monstruos que respiraban fuego y azufre?

Zarco, La Laguna a 6 de abril de 2010

Seguidores