martes, 29 de marzo de 2011

Langedoc- Capitulo I

Anno Domini 1323, Zarco, un señorío del Langedoc, País de los Francos
El sol, radia su luz blanca sobre los campos de trigo que empiezan a dorarse por el otoño, sosteniendo en su seno a una mujer, que feliz de estar sola durante unas horas, leía un libro con olor mohoso. Empezaba a decaer la tarde y el frio ganaba terreno, mas pelo rubio como olas de oro en bucles, caía sobre la paja y su rostro joven y afilado, que demostraba aun una gran juventud, se deleitaba con la lectura, Le Chason de Roland, poema el cual subía y bajaba como una orquesta grandiosa y avivaba su corazón. Soplaba el viento entre el trigo, como una mano invisible que lo peinaba. Pero Lady Silvia era acechada.
Un gran salto y el mozo, todo casulla azul y amarilla y espadita de madera, se plantó a su lado con su rugido más fiero. La dama levanto una ceja y miro a su hijo más pequeño, con aire acusador, que en realidad ocultaba un gran cariño.
- ¡Te he asustado Madre! ¡Confiésalo! ¡Seré un gran caballero como el tío Renoir! ¡Venceré a Padre en el torneo cuando sea mayor como el!
- Lo harás algún día, sin duda – la dama, hizo por levantarse, quitándose las pajillas del vestido azul – pero hoy va siendo hora de irse. ¿Dónde has ido? ¿No te habrás ensuciado no? Te dije que no fueras a tirar piedras a las ranas, son criaturitas de Dios, como tú.
- ¡Yo no soy una rana! ¡Pasan enfermedades! Pivody me ha dicho que si te tocan, te salen verrugas.
- Pivody no es tu madre, ¿no?
Dicho esto, agarro a su hijo de la mano y caminaron unos metros hasta la yegua baya de Lady Silvia a la que se subió sin problemas gracias a sus fuertes piernas y aupó a su hijo para llevarlo delante de ella. Amadeo era su último hijo, y seguramente no tendría más. Fue un parto el suyo tremendamente difícil y aunque había dado cuatro varones y dos hembras de la semilla de su Señor sin mayores problemas, su marido, el Señor de Zarco, tenía muchos miramientos a la hora de yacer con ella, decían las malas lenguas, por el sentimiento de culpa que atenazaba su corazón. Lady Silvia era mucho más joven que su marido, contaba con 27 primaveras y aunque ya sus días de fecundidad se acababan, lo llevaba con una entereza que hacia volar la imaginación de las viejas ociosas de los pueblos. Hay quien decía que tenía un amante, mas ella daba a Dios testigo de que no era cierto. El Señor de Zarco, su esposo, Albus, era ya prácticamente un anciano, un anciano fuerte y jocoso, pero a sus cuarenta y ocho años, ella sabía que era cuestión de tiempo que se viera recluido junto al fuego de su hogar, y ella, estaría ahí para cuidarle. Los Zarco, le había dicho su madre cuando la peinaba antes de entregarla en un matrimonio no del todo deseado, no son longevos, mas sus últimos días los viven felices criando hijos tardíos y nietos. Ella esperaba que su amado esposo, al que había aprendido a amar, aun con sus defectos, no se perdiese esa oportunidad. En esos pensamientos ocupo el camino de vuelta a la casa solariega que era su hogar, digno feudo de un caballero de provincias, aunque de familia extensa y bien posicionada. Su hijo se había dormido entre sus ropajes y había dejado caer su espada de madera por el camino. Pediría que le labrasen otra, más pronto seria la cena y debía atender la casa como era su deber para su marido, su reino y Cristo.
Las primeras estrellas se revelaban en el firmamento y los campesinos de la hacienda casi habían desaparecido de camino a sus hogares. Las criadas y el amanuense estaban preparando la casona para afrontar una noche más, encendiendo velones y calentando alcobas. El Viejo Vousvous, cuyo verdadero nombre se había olvidado hasta el, salió cojeando sobre sus raquíticas piernecillas y la ayudo a bajar de su montura, tranquilizando con mano nudosa a la yegua, y cogiendo al niño en brazos. Vousvous, había sido el amanuense del anterior Señor de Zarco, su suegro, pero ahora estaba casi ciego y había sido relegado de sus funciones, no sin una gran gratitud de sus amos. Aunque sus viejos huesos lo agradecían, ya que se quejaba cada jornada más, una vida de servicio le impedía ver como su Señora llegaba a la casa y quedarse sentado en la entrada de su casita, tallando figuras de madera, como hacia prácticamente todo el día. El viejo, que vivía de la caridad de sus amos, por otro lado bien ganada, intentaba demostrar que aún se podía depositar en el alguna responsabilidad, tozudo hasta el día que muriese.
- ¡Treinta! Señora mía, será una Natividad regada en sidra y se podrá comprar pan de oro para la Virgen de la Capillita del Camino.
- Treinta barriles no son pocos Vousvous… en verdad ha sido un buen año en lo que a manzanas se refiere, debemos estar agradecidos ante esta providencia.
- Si señora… ¿habéis disfrutado del paseo? He estado a punto de enviar a unos monteros a por vos… cuando empezó a anochecer oímos un lobo.
- No temo a los lobos que andan por el bosque… solo a los hombres que lobos guardan en su corazón.
Anduvieron hasta la luz de los velones que se colaba por las ventanas de la casa. Vousvous llevaba al niño y la dama abrió la puerta. Las criadas y el amanuense que se afanaban en cocinar y servir el primer turno de comidas, se apresuraron a coger la capa de su señora y al niño que les tendía el viejo amanuense. El Señor de Zarco era generoso y prodigaba una cena al menos una vez al mes a cada uno de sus hombres, mas siempre había algunas presencias seguras; el capataz mayor Pivody un hombre de guasa fácil y con recursos que le habían hecho más que apto para su cargo, el capellán de la hacienda, Carlisle, que además enseñaba a Amadeo latín, aritmética y letras. Más una figura enjuta, embutida en una armadura negra y machacada, abollada y con el betún desprendido, que presidia la mesa, espatarrado y mojando pan en las salsa y sosteniendo un muslo de pollo con la otra, al tiempo que se limpiaba con la servilleta compulsivamente.
– Vaya- pensó la señora- así que el tío Renoir ha decidido honrarnos con la presencia esta noche.
El tío Renoir, era el más pequeño de los hermanos de su esposo, 3 en total. El tío Renoir se había criado con mano suave en comparación con su marido. Pero al contrario de Albus de Zarco, el tío Renoir era despreocupado, atlético y sobre todo, pobre. Vivía como un caballero errante, trabajando como capitán en las disputas sanguinarias de los señores locales y furtivamente se rumoreaba, violentando a sus mujeres. Lady Silvia opinaba que esto último era falso. Renoir se había casado felizmente… dos veces. Había intentando buscar la felicidad como había podido, mas Dios se había llevado a sus esposas demasiado pronto las dos ocasiones una de viruelas, y la ultima de parto, con dolor. Tras esto, se había estigmatizado a sí mismo como maldito, y lo había visto jurar ante curas y frailes que no tocaría jamás a una mujer, sobre todo si merecía su amor. Renoir era una presencia refrescante en la casona, donde pasaba temporadas de vez en cuando. Sus hijos lo adoraban, sobre todo las niñitas y Amadeo, al que enseño a justar. Los primeros lances con una lanza y una armadura de hojalata llena de plumón contra un artefacto traqueteante de Amadeo, su niño, habían sido cuanto menos… divertidos para la audiencia y llenos de temor para ella. Su marido, entre cuyas virtudes no estaba el fluir de la enseñanza, cogió un palo y vociferante, intentaba que el niño acertase en el blanco de mentirijillas. El niño se caía y fallaba constantemente, asustado, e iniciaba una rueda imparable de gritos y amenazas de palos. Fue el tío Renoir, cuando su hermano no miraba, quien enseño a justar al muchacho con palabras amables y buen talante. En realidad, el tío Renoir era bien recibido por todos menos por su hermano, quizás por episodios como esos, mas sus malos humores se disipaban ante la carisma aplastante de su hermano, que en este momento se encontraba hablando con capataz, sacerdote y amanuense.
- Buenas noches cuñada. Veo que traes algo contigo que he buscado por aquí durante toda la tarde. ¿Está dormido?
Lady Silvia iba a contestar cuando el niño grito al oír a su tío y con muy poco aprecio hizo que Vousvous lo soltase, casi tirando al anciano, para reunirse con su tío.
- ¡Tioo! – El niño correteo hasta las rodillas de su tío y aterrizo a sus pies, aplastando a un sabueso que salió gañendo.
- ¡Ahhh aquí está mi campeón! ¿Qué has hecho toda la tarde perdido en los campos monstruito?
- Tirar piedras a las ranas, Pivody dice que si las tocas, te salen verrugas en la picha.
Ante esta afirmación tan contundente, el mencionado bajo la mirada, concentrándose en su caldo de verduras… ante la mirada acusativa de cura, Señora y algunas criadas más protectoras. La tensión fue rota por Renoir, que parecía no haber escuchado nada malo.
- Bueno, algo habrían hecho esos bichos… ahora, debes irte a la cama, mañana iremos a cazar liebres ¿vale? si Su Señoría da permiso en las tierras de su Señor Padre.
Esto era más de lo que podía soportar Lady Silvia. ¡El tío del niño era tan crio como su sobrino! Le decía lo que harían mañana muy a sabiendas de que Amadeo no querría irse a la cama y montaría un pequeño circo hasta que le dejasen trasnochar a la vera de su ídolo, algo que ella no estaba de humores para soportar y menos la regañina de su marido, para el cual era casi religión que los niños estuviesen acostados a su llegada. Ante el mohín que nacía en la cara de su hijo, y la pataleta que se avecinaba y de final imprevisible, decidió tocar la tecla mágica para que su hijo obedeciese y se fuese a la cama.
- Amadeo, cielo, vete arriba cuidar de tus hermanas, o te prometo que llamare al tío Dominus para que te prenda fuego a las calzas. ¡Lo prometo!
El efecto de esta afirmación fue inmediato. Su hijo la miro desde el suelo con una expresión que podría significar “no lo dices en serio”, se apresuró a besar a su tío y corrió escaleras arriba, juraría que incluso lo oyó lavarse la cara en la bacinilla y pisar a sus hermanas cuando entro como una cuchillada en la cama, entre ellas. También produjo cambios entre los demás presentes. Carlisle y las criadas más viejas, miraban hacia otro lado, simulando no haber escuchado, Pivody tenía una sonrisa estúpida, como esperando que alguien explicase el chiste, y Vousvous había aprovechado para hacer mutis del umbral de la puerta y cojear hasta su casucha. Solo el tío Renoir miraba con cara de reproche a Lady Silvia, con una ceja levantada.
- No deberías criar a mis sobrinos con esos cuentos sobre mi hermano… al fin y al cabo es de la familia y está luchando por su alma, ahora es un instrumento de la voluntad de Jesucristo, como querríamos ser muchos… no me parece bien que sea su hombre del saco…
- Oh Renoir… no seas tan serio con ese tema… es que ya no le tiene miedo a las historias del duende cuatro pies y es lo único que evita pataletas a estas horas tan tardías… además, muy posiblemente nunca conozca a su otro tío, por lo que sabes Dominus ha recibido su nombre de Dechado y lucha por Tierra Santa.
La Dama se recolocaba el vestido y se quitaba el pañuelo de la cabeza mientras se disponía a dirigir a sus 2 criadas en la cocina y servir a sus hombres.
- Ya, pero temo que si un día lo hacen, lo maten como a un perro, y no lo consideren alguien que se sacrificó por Nuestro Señor de una de las peores formas posibles.
La noche cayó en torno a la villa, en torno a las luces de la lumbre.

lunes, 31 de mayo de 2010

Juguetes olvidados. In Memoriam.

Dominús y Amadeo han sido mis juguetes favoritos durante muchas interminables horas... matarlos, borrarlos, seria como traicionarlos o traicionarme a mi mismo, como destruir mi elefantito de peluche, que se que lo tengo en una estantería cogiendo polvo, pero sé que cuando quiera darles un achuchón y volver a ser niño , los tendré ahí, esperando echándome de menos sin rencor. Esta es una frase escrita en la sensibilidad de las altas noches nocturnas. In Memoriam de los Juguetes olvidados de nuestras infancias.

martes, 6 de abril de 2010

Prefacio

Vivimos en un mundo es gris. Ya no queda magia en el. Cada una de sus misteriosas maravillas ha ido desfilando por delante del altar crítico de la ciencia y han perdido buena parte de su color y fuerza. Vivimos en la era del escepticismo, que derroca mitos, supersticiones y se erige como un nuevo Dios de los hombres.
Pero no siempre el hombre ha morado en un mundo carente de portentos. Los imaginarios están llenos de ellos, llamándonos desde el eco de las arenas del tiempo, dragones infames, ninfas aduladoras, dioses caprichosos, ángeles déspotas, monstruos marinos, ciudades perdidas… cada cultura, religión o pueblo ha creado maravillas de la tradición a las que temían, veneraban, combatían e incluso intentaban negar. No hablamos de magia o imaginación, sino de la manera de cómo nuestros antepasados, los de cada hombre que pisa hoy la tierra, veían el mundo, creían que era y actuaban según ese escudo de ignorancia. Esta historia parte de la premisa de “veo porque creo”. Olvidemos brevemente la iluminación de la lógica para rememorar aquellos días antiguos en los que se forjaron las naciones modernas que más tarde se avergonzarían de su legado para rendir tributo al logos.
Al saber que la magia nos mira desde el boque encantado o el abismo tenebroso, todas y cada una de las fabulas del vulgo cobraba realismo y por tanto formaban parte de la vida de la gente de a pie. Esa era la única magia que quizás haya demostrado la Madre Ciencia. Existían caballeros que derrotaban dragones avariciosos, grandes capitanes corsarios que se adentraban en islas enigmáticas, la gente hablaba de dichos héroes en las tabernas y los tenían como ejemplo, el héroe derrotando a la magia. Sin embargo, también existían todas esas personas, hombres libres, esclavos, burgueses, artesanos y campesinos, que creían dichas historias porque ellos habían visto a esas criaturas o explorado esos lugares.
Esta es una historia de esos tiempos crueles y maravillosos. De picaresca desesperada y caballerosidad fiera. De espadas de fuego y amuletos sagrados. De dioses y diablos. Al fin y al cabo, ¿quién de nosotros no sueña con el retorno de aquellos monstruos que respiraban fuego y azufre?

Zarco, La Laguna a 6 de abril de 2010

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